Hoy lloré, pero no dejé caer ni una lágrima.
Mientras, todos me miraban con ojos de piedad. Incluso alguno luego, preguntó si yo estaba bien.
Ninguno me entendió, solo ella.
No sé cuando fué el momento que ocurrió. Supongo que uno crece y se hace grande, percibe de otra manera, o de la misma pero tiene mas valor. Tiene otras necesidades.
Pero que importa eso si hoy no podía encontrar ningún indicio de lo que eras, y no es que no te quiera. Incluso hasta te admiro como antes.
Tu inmensa capacidad intacta de volverte loco y romper todo, y luego encontrarte sentado en la mesa pegando una por una las partes astilladas del barco en miniatura que tu mismo construiste con amor. A su reconstrucción se le van olvidando detalles, dentro lo pones, de una botella y te olvidas, como un ardorno llega a ser parte del paisaje.
Así vivo yo. Resguardada de toda responsabilidad que logras bien llevar, pero que también logras bien hacer saber con abruptos métodos que adopta tu interior para hacernos sentir lo que tu sientes. Y hacerme doler el estómago, saboreando el ácido de la inseguridad, del encogimiento de mi ser en cuanto soy, aplastandome.
Seguro no entiendas nada de esto, porque no me conoces, ya no.
Quizas nunca lo hayas hecho pero era suficiente para mi, cuanto te quería. Lo sigo haciendo.
Hay cuestiones mías que son solo mías y que no sabes manejar. Que yo no sé manejar.
Entonces yo las meto adentro, las trago y todas ellas revolotean como fantasmas por toda la casa. Porque nadie las vé.
Es que ya no te importan, no te tienen que importar. Pero quisiera.
Es que ya no me importas. Pero quisiera.
Nunca me preguntas si estoy bien.
Crecí, soy grande. Y el vacío también crece con los años.
El dolor de aquel hombre era. En el poder de las palabras y su fonética perfecta.
Incluso el miedo, incluso el amor intacto: Kafka.