Todos nos volvemos locos alguna vez.

martes, 19 de marzo de 2013

Crónica de como torturar el amor.





Yo no lo maté.
Estaba bastante golpeado, si. Pero yo no lo maté. 

La primera noche lo alimenté de desgano y desazón.
Le di de beber mas de dos vasos de despecho
y a lo largo de un tiempo empinaba mas de la cuenta.

A los cinco días aniquilé su amor propio y 
lo rodeé de espejos para que viera lo patético que era. 

lo confundí de tal forma que se volvió loco en poco tiempo. 
Evaporé cada duda, barajé cada suposición,  
con el calor de un cigarro irrité sus pupilas y llené de melancolía sus ojos.

Cada mañana lo desperté abruptamente con el sonido del silencio,
le di a desayunar verdades tan crueles que no digería hasta caer la tarde.
Y cuando la tarde caía jugábamos cartas hasta cansarnos.
Le hacía trampas todo el tiempo, de todo tipo y color 
pero aún no se rendía.

A las once de la noche tomábamos café en dosis exageradas para no poder dormirnos
y en la excitación le quité toda esperanza.
Le prendí velas que duraban momentos y encendían su mirada,
lo hacía suponer como loco la desquicia.
Y de madrugada, cuando el cebo endurecía le exprimía una a una cada lagrima.
A las cinco de la mañana le hacia releer cada mancha de su almohada
y en  lo poco que dormía me encargué de incentivarle sus peores pesadillas.

Y mas tarde fui restando 
uno a uno sus motivos 
  y una tarde se rindió  
y a las dos de la mañana
me dejó jugando sola.

Nunca lloré su muerte, y aún hoy a veces lo veo
rogándome vida,
prometiendo.